domingo, 13 de marzo de 2011

Grandioso horror

Uno mira las imágenes del terremoto de Japón y no encuentra palabras para expresar el asombro que producen. Asombro inicial, que da paso al espanto provocado por los muertos, que probablemente acabarán siendo miles, los innumerables afectados, los millones de yenes en daños materiales y como remate del caos, por la crisis de seguridad nuclear.

En pocos meses, hemos asistido a dramáticos cataclismos naturales. Haití, Chile, Indonesia. La diferencia con Japón es que, posiblemente, las imágenes que vemos ahora nos parecen más reales y cercanas que las otras. Quizá, porque los barcos con el casco boca arriba, las desniveladas calles agrietadas, los coches amontonados unos encima de otros y los edificios anegados, destruidos o desplazados, podrían ser los de cualquiera de nuestras conocidas ciudades.

Y así, al ser un caos más familiar, el agua de la ola de diez metros de altura y quinientos kilómetros por hora, se acaba filtrando por debajo de la puerta de nuestras casas, tragándose en un momento la basura escondida bajo las alfombras.

Porque eso es lo que vemos en el terremoto japonés. El espanto que provoca observar la manera en que las ingobernables fuerzas telúricas, destruyen los juguetitos de nuestra desarrollada civilización como si fueran pajaritas de papel. Todo lo que parecía sólido y eficiente, símbolo de la superioridad de la especie, se desmorona en pocos minutos, mostrando la vulnerabilidad que nos negamos a reconocer y aceptar. El doblegamiento de la naturaleza, la seguridad por haber logrado su domesticación, se pone en evidencia ante la contemplación, casi hipnótica. de una incontrolable masa de agua marina entrando cinco kilómetros tierra adentro y arrasando todo lo que encuentra a su paso.

Es el cambio radical, imprevisible e incontrolable, de un mundo ordenado, estructurado y complaciente. Y en tanto que cambio radical, sugiere en nosotros esa atávica atracción para soltar el lastre de lo conocido y aventurarnos en un mar ignoto y brumoso.

Algo que ocurre con la actual crisis económica o los cambios en los países árabes. Cuando nadie lo sospechaba, cuando ninguno de los sesudos analistas, agencias de calificación, organismos internacionales, observadores imparciales o institutos de estudios estratégicos, imaginaban siquiera que se pudieran producir leves desviaciones en los rumbos trazados, llegó el tsunami arrasando lo que a unos y a otros tanto les había costado alcanzar después de años de planificación, manipulación o simple represión.

Sabemos cuándo comenzó la actual crisis económica, pero desconocemos en qué momento tocará fondo y sobre todo, ignoramos el brillo que tendrá ese nuevo sol que iluminará nuestras vidas cuando todo haya concluido. El catorce de enero comenzó en Túnez el despertar árabe, pero a la vista de los recientes acontecimientos de Libia y Marruecos, no resulta sencillo imaginar hasta dónde llegarán las esperanzas e ilusiones que están barriendo años de opresión y tradición.

Sin embargo, a diferencia de las imágenes del Norte africano o de Wall Street, cuando uno mira el terremoto de Japón no puede evitar sentir la humildad que provoca el grandioso horror de las titánicas fuerzas de un planeta, al que los seres humanos le resultamos absolutamente indiferentes.

Descansen los muertos en paz.

2 comentarios:

  1. Ante los movimientos norteafricanos, los juegos de Wall Street o el terremoto y posterior tsunami -curiosamente término japonés- nipones, siento una impotencia brutal.

    Tanto las fuerzas telúricas, las de las masas o las del poder me generan las mismas preguntas. ¿Qué hago? ¿Qué hacemos? Y siempre me provocan la misma desazón.

    Los seres humanos no sólo le resultamos indiferentes a las titánicas fuerzas del planeta, sino a los propios seres humanos, y muchos siglos lo demuestran.

    Descansen

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  2. La madre Tierra no nos pertenece, el universo no nos pertenece, que se lo digan a los dinosaurios cuando de un meteorazo desaparecieron. Los paises ricos y consumistas siguen expoliando a Gaia, cortan sus árboles, ensucian sus ríos y sus mares, arrasan con los corales y las especies, contaminan su aire, aplastan la diversidad y pachamama se entristece y se enferma, y reacciona. Estamos metidos en una especie de circulo sin fin, donde se crean necesidades que luego nos publicitan para despertar nuestra sed imperiosa de consumir lo que sea: "Las últimas patatas fritas de la marca X con 0% de grasa para no engordar"...Se convierten los bosques en campos de golf, se construyen en las costas unos pedazos de chalets como si fueran rosquillas. Y aquí mismo en la sierra de Guadarrama la horripilante Esperanza Aguirre, protege una mísera parte del parque. Según ha informado CC.OO. "la verdad incómoda que Aguirre quiere esconder es que el proyecto que la sociedad madrileña quería ver convertido en un verdadero Parque Nacional que se extendiera por más de 60.000 hectáreas de la Sierra de Guadarrama, lo ha convertido en una pantomima de espacio natural de cumbres, de tan sólo 21.740 hectáreas un islote inconexo que deja fuera del Parque Nacional zonas valiosas del Guadarrama y de mayor biodiversidad, productividad biológica y riqueza paisajística, como son las zonas bajas y el piedemonte".
    Como decía el humorista Gila en una de sus historias donde ponía verde a su suegra, los hurones del parque deberían comerle las orejas a la Espe. Me entristece ver que a pesar de estas catàstrofes naturales y humanas seguimos en esta espiral de devastación en todos los niveles.
    Quizá nos tengamos que pegar todo el mundo un buen susto para reaccionar y cambiar esta actitud tan destructiva y suicida.
    Los astronautas dicen que la primera vez que vieron la tierra desde el espacio, se dieron cuenta de lo hermosa que era y se sintieron diminutos e insignificantes.
    Al final pagan justos por pecadores.
    Pobres gentes las de Tokio, y las de otros muchos lugares. Pero esto es como tirar una piedra a un lago, las hondas al final se van extendiendo y llegan muy lejos.

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