sábado, 21 de enero de 2012

Naufragios

Con todo mi respeto, cariño y solidaridad con las víctimas y afectados, he de decir que la insistente pretensión de querer emparejar el hundimiento del Costa Concordia con el del Titanic, no es más que un burdo intento por establecer comparaciones donde no las hay, ni las puede haber.

El próximo catorce de abril, hará cien años que se produjo uno de los mayores naufragios de la Historia. El mayor para aquel entonces, porque tiempo después, en enero de 1945, miles de alemanes que navegaban en el buque Wilhelm Gustloff rumbo a una nueva vida, la perdieron a causa de un certero torpedo lanzado desde un submarino soviético.

En su inquietante, documentado y revelador libro La eutanasia en la Alemania Nazi y su debate en la actualidad, el profesor José Antonio García Marcos, tenaz psicólogo durante toda su vida, apunta la idea de que el hundimiento del Titanic dio al traste con la esperanza en un mundo feliz que, en aquellos principios de siglo, parecía estar al alcance de la mano gracias a los vertiginosos avances científicos y técnicos de la época, uno de cuyos más expresivos símbolos fue precisamente aquel formidable buque. Según el autor, un iceberg acabó con la confianza en la inteligencia y capacidad humana para desafiar la tiranía de la naturaleza, dando paso a una interesada rendición aupada en el evolucionismo social, según el cual, el mundo debía ser sólo para los más fuertes. Y de ahí la eutanasia ejecutada por la Aktion T4 sobre doscientos mil arios débiles o incapaces, enfermos mentales en su mayoría, precursora del mayor programa de exterminio racial jamás conocido.

De compartir su análisis, el comienzo y el final de una de las épocas más convulsas de la humanidad habrían estado acompañados por el hundimiento de dos grandes trasatlánticos. Por eso, las semejanzas del Titanic y el Wilhelm Gustloff con el Costa Concordia, empiezan y terminan donde empieza y termina su gran capacidad para albergar pasajeros y tripulantes entre proa y popa.

Aunque bien mirado, quizá no. Puede ser que el naufragio de hace unos días sea también un símbolo de los tiempos que corren. A diferencia de lo que ocurrió el siglo pasado, ahora parece que nada termina por hundirse del todo. Quizá sea porque no hay ideologías, algo que muchos aplauden como signo de modernidad. O porque las que hay, no terminan de convencer a un público demasiado escéptico para que se juegue la vida en su defensa. O puede ser que falte el coraje suficiente. O idealismo. O romanticismo. O todo lo que le falta a un capitán muy poco literario que, según parece, fue capaz de abandonar el barco antes que las ratas.

El capitalismo anda medio hundido desde hace unos años. Pero ahí está, rescatando apresuradamente las piezas más valiosas del equipaje, en un intento por reflotar el barco con apenas las esencias que le hicieron deslumbrar en otros tiempos. Y el socialismo, más que hundido, parece un buque errante afanado en no permanecer inmóvil con el ancla echada en alguna ensenada conocida.

Sí, quizá el Costa Concordia tenga más similitudes con el Titanic de lo que pudiera parecer en un principio. Quizá su hundimiento parcial, enseñando impúdicamente a la vista de todos que nada es lo que parece, ni un crucero de placer glamuroso, ni un capitán heroico, ni siquiera un mar profundo y amenazante, sea el comienzo de un nuevo ciclo de la Historia. Hasta que un nuevo naufragio lo cierre.

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