domingo, 30 de enero de 2011

Memoria... Histórica

El neuropsicólogo ruso Alexander R. Luria, describió de manera entrañable  en su opúsculo “Pequeño libro de una gran memoria”, el sufrimiento de un hombre incapaz de olvidar los más nimios detalles de su vida. Todo lo ocurrido, sentido y vivido, estaba permanentemente presente de un modo u otro. Lo que para algunos sería motivo de sana envidia, sobre todo para los estudiantes y opositores, para el paciente del neuropsicólogo ruso se convirtió en una auténtica tortura cotidiana.
Los que vamos teniendo cierta edad, nos conformaríamos con recordar dónde demonios hemos dejado las llaves o cuál era la maldita contraseña para acceder a nuestro correo electrónico. Día a día vamos notando cómo nuestra memoria comienza a tener lagunas, sobre todo cuando necesitamos a veces unos segundos para recordar el nombre de la persona que lleva trabajando a nuestro lado varios años. Y sabemos que lo que viene no va a mejorar la situación. Hemos visto de cerca a nuestros seres queridos perder cualquier sentido de identidad, incapaces de reconocer como tales a sus familiares más cercanos. Por eso sospechamos que nuestro futuro no va a ser muy diferente al de ellos.
La tendencia, a veces algo compulsiva, de fotografiar o grabar en vídeo los acontecimientos de la vida cotidiana, quizá no sea otra cosa que intentar preservar los recuerdos que sabemos de antemano condenados al olvido. Posiblemente, con la misma finalidad guardamos en trasteros y armarios objetos de todo tipo, con la esperanza de que nos ayuden a recuperar en algún momento el tiempo perdido ya para siempre.
Nos cuesta desprendernos de los momentos felices y posiblemente por eso mismo, nos convertimos en aprendices de Diógenes acumulando cachivaches variopintos, que al final terminan por cubrirse de polvo sin que nadie se ocupe de darles un aire.
Por el contrario, la mayoría intentamos desprendernos lo antes posible de los recuerdos amargos. Es cierto que en algunas ocasiones nos regodeamos dejándonos sucumbir en la melancolía, pero salvo los nostálgicos por naturaleza, casi todos nosotros evitamos hacer concesiones a una memoria que se nos presenta en ocasiones con un tono amenazante.
Algo así les debe ocurrir a los que participaron, directamente o por herencia familiar, en el sostenimiento de la dictadura franquista. Íntimamente conscientes de lo injustificable de ese régimen, pretenden negar lo sucedido y evitar de ese modo cualquier atisbo de inquietante culpabilidad. Como si no hubiera pasado nada, intentan convencerse y convencer a los demás, de que lo ocurrido no tuvo lugar o, en los casos más recalcitrantes, de que el pasado resultó al fin, un glorioso periodo de la historia colectiva.
Lamentablemente para ellos, los supervivientes de sus hazañas o los familiares de los que hace mucho tiempo que ya no están aquí para contarlo, han comenzado a desempolvar los recuerdos de lo que nunca debió ocurrir. No creo que su actitud se deba tanto a la necesidad de revivir el sufrimiento padecido, como a la esperanza de que el reconocimiento público sea capaz de transformar esos recuerdos tenebrosos, en algo sobre lo que ellos, las víctimas, no tuvieron culpa alguna. Y de esa manera, poder guardarlos definitivamente en los armarios, hasta que el polvo los termine de sepultar para siempre.      

sábado, 22 de enero de 2011

La vida con GPS

Sentado sobre su grupa en la gélida mañana de enero, observaba las puntiagudas orejas de Alba, imaginando que servían de antenas a través de las cuales recibía las instrucciones precisas de los satélites para no errar en nuestra ruta entre los campos de viñedos. Sin embargo, toda la sofisticación tecnológica de la yegua ha consistido en ir mirando u olisqueando, no sé muy bien, los cuartos traseros de Sultán, el caballo que la precedía. Simplemente, seguía los pasos de la bestia que trotaba delante de ella, eso sí, sin permitir que se le colara Canela, la potrilla que iba detrás aprendiendo ya el lugar que le corresponde a cada uno en el mundo.

Si hubiera hecho como Alba, o al menos hubiera tenido un GPS, me habría evitado terminar media hora después, casi en el punto de partida del que había salido cuarenta kilómetros antes en busca de un lugar para comer. Aunque también es verdad que no hubiera encontrado por casualidad el restaurante El Molino, en Nalda, a través de cuyas cristaleras se adivina el río Iregua. De lo que no llego a estar seguro es de que el GPS no hubiera sucumbido al galimatías de la circunvalación de Logroño. Bueno, supongo que es el mismo que el de cualquier otra ciudad. Me da miedo quedar atrapado en una circunvalación y es que estuvo a punto de ocurrirme una vez en Málaga, aunque al final conseguí escapar, por los pelos.
He de admitir que la tecnología del GPS me parece sorprendente. Y más aún  me lo parecería si no hubiera visto en una ocasión, cómo el conductor del autobús que me llevaba de excursión, haciendo caso omiso de las indicaciones del artilugio, por intuición o por experiencia, terminó su trayecto, sin vacilar, en el punto de destino. Así son las cosas.
Los mapas son menos exactos. Lo que está pintado en un papel se parece poco a la realidad, aunque alguna idea nos da sobre la manera de llegar. Y las estrellas del cielo sólo trazan el camino de manera grosera, aunque quizá sea suficiente para navegar por caminos de límites difusos como el mar o el desierto.
Escribe Miguel Ángel Ropero, que expone sus cuadros hasta finales de enero en el centro Amós Salvador, de Logroño, que habría tres tipos de pintores. Los que después de abrir la puerta de la primera estancia situada en un largo corredor, se quedan en ella fascinados para siempre. Otros, que apenas se asoman a la estancia, vuelven al pasillo en busca de la que suponen que les está destinada. Y finalmente, aquellos otros que permanecen en la estancia recién abierta el tiempo preciso para disfrutar con lo que les muestra, pero que una vez interiorizado, sienten la pulsión irrefrenable de abandonar la habitación y seguir asomándose a otra, y otra, y otra, hasta que el corredor, la vida, llega a su fin.
Quizá no sólo haya tres tipos de pintores, sino también de personas. Los que creen tener muy claro cuál es su destino y el de los demás. Otros que sospechan que el destino es un lugar incierto aunque imaginable. Y finalmente, los que viven sabiendo que el destino lo compone cada una de las etapas en las que se detiene en su caminar.
Los primeros, necesitan desde luego de algo tan preciso y exacto como un GPS. A los segundos, les basta con la incertidumbre de un mapa Michelín. Y para los terceros, los nómadas del desierto, está reservada la grandiosidad de una noche estrellada.
He leído hace poco que se va a utilizar la voz de actores conocidos para que los GPS orienten a los desorientados. Debe ser una buena idea comercial y, con todo respeto, creo que deberían incorporar también la voz de Aznar. Después de verle en la convención popular celebrada este fin de semana en Sevilla, no tengo ninguna duda de que es de los que conocen de antemano cuál es su destino y, si me apuran, el de la humanidad. Es, sin duda, el genuino GPS del Partido Popular. No sólo sabe cómo llegar, sino que además sabe a dónde y cuándo hay que llegar.
Por cierto, que también debía llevar un buen GPS la cañonera de Corea del Sur que ha liberado un barco de ese país secuestrado por piratas somalíes, al precio de no dejar vivo a ninguno de ellos. También sabían los surcoreanos cómo y a dónde había que ir, aunque haya sido a miles de kilómetros de sus aguas. Debe ser la globalización.
Y es que hay ocasiones en que seguramente sea mejor estar un poco perdido, sin saber muy bien dónde está el destino, ni cómo llegar a él. Guiándonos por las estrellas y releyendo a Kavafis bajo su luz, al tiempo que saboreamos una copa de buen vino. De Rioja, ya que estamos.
Ten siempre a Itaca en tu mente
Llegar allí es tu destino
Mas no apresures nunca el viaje
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla
No has de esperar que Ítaca te enriquezca
Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje
Sin ella, jamás habrías partido.

domingo, 16 de enero de 2011

Alma africana

Me preocupan los actos de violencia política que estamos conociendo estos últimos días. Y no tanto por la violencia en sí misma, que también, como por el hecho de que esa violencia sea protagonizada por individuos aparentemente desvinculados de cualquier grupo organizado.

Jared Lee Loughner, ha asesinado en Estados Unidos a seis personas, hiriendo gravemente a otras catorce entre las que se encuentra la congresista demócrata Gabrielle Giffords.

Salvando las distancias, tres individuos todavía sin identificar, acaban de agredir gravemente al consejero de Cultura y Turismo de la Región de Murcia, Pedro Alberto Cruz, a las puertas de su casa.

Y aunque de características diferentes, los disturbios provocados por turbas de jóvenes desorganizados que al parecer han encontrado la cohesión de sus acciones a través de Internet, han provocado la huída a Arabia Saudí del hasta hace pocos días Presidente tunecino, Zine el Abidine Ben Alí.

Por el contrario, nuestra organización terrorista con mayor solera, ha anunciado esta misma semana su intención de abandonar la violencia, aunque el anuncio no haya provocado el entusiasmo de casi nadie.

Todavía es pronto para llegar a ninguna conclusión, aunque da la impresión de que al malestar social agudizado últimamente por la crisis económica, se suma ahora el descreimiento generalizado en las organizaciones de distinto pelaje en las que, supuestamente, deberían confluir el sumatorio de los intereses individuales.

Si cada vez son menos los que confían de una Iglesia que propugna la castidad mientras abusa de niños, de un Gobierno que actúa al dictado de los mercados, o de unos partidos políticos descompuestos por la corrupción, no es de extrañar que se desconfíe también de las organizaciones violentas en las que el papel de los activistas se limita a obedecer y matar, sin saber al final muy bien el por qué y el para qué.

A pesar de todo y para bien de todos, una inmensa mayoría de ciudadanos contienen su desesperanza gracias a la virtud de la paciencia, al temor de perder lo poco que tienen, a la distracción con los señuelos ofrecidos a modo de divertimento, o simplemente, a la esperanza en la llegada mítica de algún salvador que les ofrezca un futuro lleno de gracia.

Caminando ayer por la calle, me crucé con uno de esos africanos que ofrecen un paquete de pañuelos a cambio de unas monedas para sobrevivir. Y mirándole, me entretuve calculando el número de veces que tendría que hacer en un día ese mismo gesto y el beneficio económico que le supondría su esfuerzo. Comparándolo con el que me supone vivir a mí, me sorprende que en lugar de vender pañuelos, no se dedique a proporcionarnos cicuta. Aunque claro, bien pensado y como dicen muchos, a pesar de todo el africano vive mucho mejor aquí que en su propio país. Por eso se le ve tan sonriente.

Algún analista sostiene que los sucesos de Túnez se han producido por la ausencia de un sistema democrático que permita la expresión de las demandas de sus ciudadanos. Y seguramente es cierto, pero entonces tendremos que buscar otras explicaciones para comprender lo que ha ocurrido en Tucson y en Murcia, por poner sólo dos ejemplos.

A mí, desde luego, se me escapa la respuesta, aunque supongo que tendrá que ver con la mezcla explosiva, y nunca mejor dicho, del descreimiento, el individualismo y la frustración. Y si fuera así, o nos ponemos manos a la obra para encauzar colectiva y pacíficamente el descontento, o va a llegar el día en que el africano va a cambiar el paquete de pañuelos por algo mucho más amenazante.

Ah, por cierto, que también creo que éste guante sólo lo puede recoger la izquierda. Si es que todavía queda alguna.

domingo, 9 de enero de 2011

After You’ve Gone

Me gusta el juego de las casualidades y las coincidencias. En los últimos meses del pasado año, después de sopesar distintos encabezamientos, finalmente encontré un titulo que me gustó para este blog. Sin embargo, “En Tránsito” ha permanecido inactivo hasta hoy. Quizás estos primeros días de enero, que suponen el nacimiento de un nuevo año aunque sin habernos desprendido todavía del anterior, me han parecido una buena ocasión para llenar de contenido el blog y darle así cierto sentido a su título.

Resulta que navegando estos días por la red y por la memoria, he encontrado que “En Tránsito” fue el título de un LP de Serrat, del año 1981, de canciones inolvidables. Y casualidades y coincidencias, en ese mismo año unos militares intentaron cambiar el rumbo del tránsito en el que andaba metido por entonces este país. Dentro de nada, hará treinta años de todo aquello. Parece una eternidad y seguramente por eso muchos ya no tienen o no quieren tener memoria de lo que pasó. Para refrescársela, Javier Cercas ha escrito “Anatomía de un instante”, un ameno, documentado y sugerente ensayo en forma de crónica, o crónica en forma de ensayo, en el que describe lo que supimos y lo que supusimos. Un libro que quizá comenzó a escribir, según confiesa el propio autor, para seguir hablando con un padre que falleció el mismo día en el que Suárez hizo su última aparición pública.

Y es que los padres y las madres se nos mueren. No sé si es un tránsito para ellos, aunque sí creo que lo es para los que nos quedamos. Lo viví con la pérdida de mi padre hace más de dieciséis años y lo he vuelto a vivir en febrero de este año que acaba de terminar, con la muerte de mi madre y nueve meses después, un seis de noviembre, mi cumpleaños, con la repentina pérdida de mi suegra.

El 15 de septiembre de 2008, Lheman Brothers anunció la presentación de quiebra, estableciendo con ello lo que algunos, como el profesor Niño Becerra, entenderían como el principio del fin. Algo más de dos años después de aquello, la situación no es nada halagüeña. Crece el paro, crece el desánimo y crece el desconcierto que, como dijo el otro día en la radio el ex-presidente del Congreso de los Diputados, Manuel Marín, es el paso previo al gran cabreo. Sea lo que sea lo que termine pasando, lo que sí parece cierto es que si hay algo que caracteriza nuestro momento actual, eso es sin duda el tránsito entre lo que no acaba de morir y lo que no termina de nacer.

Es una época en la que escasean las certezas. El otro día escuchaba a alguien decir que no creería en ninguna verdad de la que no pudiera dudar. Y seguramente está en lo cierto. El riesgo está en que ese terreno vacío de convicciones, acabe siendo invadido por los iluminados que suelen aparecer en cada ocasión en que la Historia nos regala con un nuevo capítulo. Tendremos que estar alerta.

Mientras escribo, y gracias a la gratuidad generosa de Spotify, estoy escuchando “After You’ve Gone” en el clarinete de Benny Goodman. Y es que hay tránsitos y tránsitos…

¿Y qué hago aquí escribiendo en este blog, imaginando que alguien va a tener la paciencia de leerlo? Quizá la razón sea porque disfruté con el anterior. “Cosas de Niños” tuvo una efímera vida de catorce artículos publicados entre septiembre y diciembre de 2008, que tuve que interrumpir bruscamente a causa de mi también repentina y efímera incorporación a la  actividad política. Después han pasado muchas cosas, pero como diría Sir John Falstaff, encarnado por Orson Welles en  “Campanadas a Medianoche”, amigos míos… esa es otra historia.

En El País Semanal del pasado dos de enero, y a la pregunta que se hacía a varios autores sobre cuáles eran sus razones para escribir, Juan José Millás respondía que eran las mismas razones por las que leía, porque no se encuentra bien. Pues va a ser eso. Y es que estar en tránsito resulta muy estimulante, pero hay momentos en que si uno no escribiera… que hay mucho loco suelto. Y si no, miren lo que ha pasado en Tucson, Arizona.    

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