sábado, 22 de enero de 2011

La vida con GPS

Sentado sobre su grupa en la gélida mañana de enero, observaba las puntiagudas orejas de Alba, imaginando que servían de antenas a través de las cuales recibía las instrucciones precisas de los satélites para no errar en nuestra ruta entre los campos de viñedos. Sin embargo, toda la sofisticación tecnológica de la yegua ha consistido en ir mirando u olisqueando, no sé muy bien, los cuartos traseros de Sultán, el caballo que la precedía. Simplemente, seguía los pasos de la bestia que trotaba delante de ella, eso sí, sin permitir que se le colara Canela, la potrilla que iba detrás aprendiendo ya el lugar que le corresponde a cada uno en el mundo.

Si hubiera hecho como Alba, o al menos hubiera tenido un GPS, me habría evitado terminar media hora después, casi en el punto de partida del que había salido cuarenta kilómetros antes en busca de un lugar para comer. Aunque también es verdad que no hubiera encontrado por casualidad el restaurante El Molino, en Nalda, a través de cuyas cristaleras se adivina el río Iregua. De lo que no llego a estar seguro es de que el GPS no hubiera sucumbido al galimatías de la circunvalación de Logroño. Bueno, supongo que es el mismo que el de cualquier otra ciudad. Me da miedo quedar atrapado en una circunvalación y es que estuvo a punto de ocurrirme una vez en Málaga, aunque al final conseguí escapar, por los pelos.
He de admitir que la tecnología del GPS me parece sorprendente. Y más aún  me lo parecería si no hubiera visto en una ocasión, cómo el conductor del autobús que me llevaba de excursión, haciendo caso omiso de las indicaciones del artilugio, por intuición o por experiencia, terminó su trayecto, sin vacilar, en el punto de destino. Así son las cosas.
Los mapas son menos exactos. Lo que está pintado en un papel se parece poco a la realidad, aunque alguna idea nos da sobre la manera de llegar. Y las estrellas del cielo sólo trazan el camino de manera grosera, aunque quizá sea suficiente para navegar por caminos de límites difusos como el mar o el desierto.
Escribe Miguel Ángel Ropero, que expone sus cuadros hasta finales de enero en el centro Amós Salvador, de Logroño, que habría tres tipos de pintores. Los que después de abrir la puerta de la primera estancia situada en un largo corredor, se quedan en ella fascinados para siempre. Otros, que apenas se asoman a la estancia, vuelven al pasillo en busca de la que suponen que les está destinada. Y finalmente, aquellos otros que permanecen en la estancia recién abierta el tiempo preciso para disfrutar con lo que les muestra, pero que una vez interiorizado, sienten la pulsión irrefrenable de abandonar la habitación y seguir asomándose a otra, y otra, y otra, hasta que el corredor, la vida, llega a su fin.
Quizá no sólo haya tres tipos de pintores, sino también de personas. Los que creen tener muy claro cuál es su destino y el de los demás. Otros que sospechan que el destino es un lugar incierto aunque imaginable. Y finalmente, los que viven sabiendo que el destino lo compone cada una de las etapas en las que se detiene en su caminar.
Los primeros, necesitan desde luego de algo tan preciso y exacto como un GPS. A los segundos, les basta con la incertidumbre de un mapa Michelín. Y para los terceros, los nómadas del desierto, está reservada la grandiosidad de una noche estrellada.
He leído hace poco que se va a utilizar la voz de actores conocidos para que los GPS orienten a los desorientados. Debe ser una buena idea comercial y, con todo respeto, creo que deberían incorporar también la voz de Aznar. Después de verle en la convención popular celebrada este fin de semana en Sevilla, no tengo ninguna duda de que es de los que conocen de antemano cuál es su destino y, si me apuran, el de la humanidad. Es, sin duda, el genuino GPS del Partido Popular. No sólo sabe cómo llegar, sino que además sabe a dónde y cuándo hay que llegar.
Por cierto, que también debía llevar un buen GPS la cañonera de Corea del Sur que ha liberado un barco de ese país secuestrado por piratas somalíes, al precio de no dejar vivo a ninguno de ellos. También sabían los surcoreanos cómo y a dónde había que ir, aunque haya sido a miles de kilómetros de sus aguas. Debe ser la globalización.
Y es que hay ocasiones en que seguramente sea mejor estar un poco perdido, sin saber muy bien dónde está el destino, ni cómo llegar a él. Guiándonos por las estrellas y releyendo a Kavafis bajo su luz, al tiempo que saboreamos una copa de buen vino. De Rioja, ya que estamos.
Ten siempre a Itaca en tu mente
Llegar allí es tu destino
Mas no apresures nunca el viaje
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla
No has de esperar que Ítaca te enriquezca
Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje
Sin ella, jamás habrías partido.

4 comentarios:

  1. ¿No es pretencioso pensar que ALGUIEN ha previsto un destino para todos y cada uno de nosotros?
    Seguramente sí.
    Yo también prefiero ir haciéndolo día a día...

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  2. És estimulante (para mi) sentarte en la incertidumbre que comporta crear tu vida cada día y si quereis que os diga la verdad, a estas alturas, me importa bien poco si me engaño o no, si mi futuro esta determinado o no o si fuerzas extrañas, lo manipulan o no.
    Lo cierto es que tener la agradable sensación de que eliges tu día a día, es más reforzante, a la hora de vivir, que la de sentirte acogotado por la predeterminación de una ruta segura, marcada y cierta, en la que tu intervienes minimamente en el mejor de los casos.
    Porque se trata de vivir, no? y seguramente lo mejor posible con nosotros mismos.

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  3. ¿Luisa, es que vivir se puede hacer de otra manera? Lo queramos o no, si de verdad vivimos, la vida la vamos improvisando, o más bien es ella quien nos improvisa o va haciendo a nosotros. La agradable sensación de la que hablas, en que eliges tu día a día, es la opción de quien ha elegido no quedarse en un lugar donde no desea ya estar, que es una actitud de vida donde no cabe sentirse comprometido por el pasado o el temor al futuro, parado y congelado por lo elegido antes o la incertidumbre de lo que vendrá. A mí me parece la única opción de vida posible, todo lo demás no es vivir, a mi juicio, sino estar muerto en vida, resignado y muerto.

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