miércoles, 28 de diciembre de 2011

Nada es igual

Hace un año que se abrió la puerta del futuro. Entonces no sabíamos todavía qué acontecimientos iban a ocupar los huecos reservados para la alegría, la tristeza, la esperanza, la melancolía o el tedio. Si ahora estamos leyendo estas líneas significa, al menos, que tenemos la gran fortuna de haber podido desvelar el secreto. Y eso ya es mucho.
Algunos por primera vez, otros por última, y la mayoría de nosotros una vez más, brindaremos ritualmente por la llegada de un nuevo ciclo. De lo vivido, nos quedarán los recuerdos de lo gozado y los olvidos de lo sufrido. Nuevas piezas para encajar en el mosaico de nuestra vida.
A diferencia de la sensación repetitiva y estática que sugieren los cuadros de Brueghel el Viejo representando magistralmente las diferentes estaciones del año, las nuestras de ahora, cuatro siglos después, parecen transcurrir de una manera vertiginosa e irrepetible. Cada día tiene su sobresalto, su sorpresa.
Sabemos algunas de las cosas que previsiblemente van a ocurrir. Febrero tendrá un día más. En agosto se celebrarán las Olimpiadas en Londres. La Luna continuará girando alrededor de la Tierra y el Sol seguirá brillando. Habrá setas en otoño. Y poco más. El resto de los acontecimientos que ocurran, se nos habrán desvelado, como ahora, cuando termine el año.
Y lo siento por los agoreros, de verdad. Por miedo, por interés o por puro sadismo, son legión los que cada día se empeñan en convencernos de que nos espera un año horrible. Pues en lo que a mí se refiere, que no cuenten conmigo, porque las cosas ocurren cuanto más se las imagina uno. Y digo yo que será mejor dedicar la imaginación a pensar en soluciones y no en problemas, o simplemente a fantasear para que la supuesta tozuda realidad no termine por ahogarnos.
No se trata tanto de eso que llaman genéricamente tener fe en la humanidad, como de saber reconocer en esa humanidad su capacidad para imaginar y para crear. Somos viejos lobos de mar capaces de encontrar rumbos alternativos cuando vienen mal dadas por un amenazante temporal en el horizonte. Siempre lo hemos hecho así y lo seguiremos haciendo así pese a quien pese. Al menos hasta que nos extingamos. Algo que, según el calendario maya, podría ocurrir el próximo 21 de diciembre. Y eso sí que es un tema serio de verdad, aunque prefiero pensar que también había agoreros hace más de mil años.
Es cierto que esa idea sobre la extinción de la humanidad puede resultar atractiva, al menos en lo que tiene de igualitaria, porque no se salvaría nadie. Imaginar el Apocalipsis, no deja de ser una especie de catarsis que provoca cierto estado de trascendente serenidad, sobre todo si lo comparamos con los horrores con los que nos amenazan para el año que llega que, no hace falta decirlo, no afectarán a todos por igual, aunque todos tengamos que arrimar el hombro, no sé muy bien adónde.
Pretendía con este nuevo post felicitar el año a los pacientes y generosos amigos que hayan decidido leerlo. Espero poder hacer lo mismo y a los mismos dentro de un año, lleno de vida y por lo tanto, de incertidumbre.
Una cosa es cierta, doce meses después, casi nada es igual a como uno lo había imaginado.  

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