sábado, 24 de agosto de 2013

El destino

El destino, sea lo que quiera que eso sea, parece estar detrás de los avatares de nuestra vida aunque cada uno lo entienda de la manera interesada que mejor le convenga. Y es interesada porque, en general, atribuimos los éxitos a nuestras actitudes personales y las desdichas a eventos ajenos a nuestra voluntad. Pensamos así, no sólo porque estamos convencidos de que casi nadie busca las desgracias de manera consciente y voluntaria, sino también y en sentido contrario, porque las alegrías son el fruto de nuestro empeño personal por conseguirlas, del esfuerzo, de la iniciativa y del emprendimiento, actitudes tan de moda en estos tiempos que corren.

Así pues, la buena suerte está reservada sólo para cuando el azar nos catapulta más allá de lo imaginado, como ocurre con la lotería. Sin embargo, no tenemos suerte cuando nuestros deseos y anhelos se ven frustrados a pesar del empeño puesto en conseguirlos. Que, por otra parte, es lo habitual. La mala suerte va un paso más allá, porque es la que provoca las desgracias imprevistas. Los accidentes, por ejemplo.

Estamos tan habituados a interpretar los acontecimientos de la vida de esta manera, que raramente nos preguntamos por la aparente diferencia de por qué los logros dependen de nosotros mismos y sin embargo las frustraciones o las desgracias son hijas de la suerte, o lo que es lo mismo, del azar. Parece razonable deducir que ambos tipos de eventos, alegrías y penas, deberían de estar sometidos a las mismas leyes. O son fruto del empeño, o lo son del azar, o de ambas cosas a la vez. Digo yo…

En esos momentos en los que uno hace revisión de lo que ha ocurrido a lo largo de su vida, llega a la conclusión de que las razones por las que ha sucedido casi todo lo importante han sido un tanto ambiguas, brumosas y desconcertantes. Basta con tirar un poco del hilo de cada pequeña historia de nuestra biografía, para comprobar que azar y voluntad fueron en aquel momento los ingredientes básicos de ese gazpacho. Claro, que se llega a esa conclusión siempre que uno sea honesto y no ejerza de maníacamente egocéntrico, ni de impenitentemente depresivo.

El accidente de moto sufrido hace unos días por la Delegada del Gobierno en la Comunidad de Madrid, a la que deseo una pronta recuperación y, salvando las distancias, el accidente también de moto que me tiene fuera de juego desde hace más de cuatro meses, son un buen ejemplo de cómo la vida zigzaguea por vericuetos solapados. No sé qué pensará ella cuando esté en condiciones de hacerlo, pero en lo que a mí se refiere, acabar sobre el asfalto hecho un pingajo fue el resultado de una muy mala suerte, aunque también trufada por la decidida voluntad de hacer las cosas que antecedieron al impacto con el otro coche. Como por ejemplo, ir en moto.


De igual manera creo, que los éxitos personales conseguidos, dicho esto en términos coloquiales para entendernos, no sólo se han debido a mis cualidades, sean las que sean, sino también, y seguramente sobre todo, al azar. Y si me dan a elegir entre lo uno y lo otro para entender el devenir de la vida, me quedo con el azar. Al fin y al cabo, es más tranquilizador, y épico, que el destino esté en manos de la sabiduría de los dioses, que en las de la incertidumbre humana.

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