domingo, 20 de marzo de 2011

Con perdón

Perdonen que dude de su manera de terminar con una guerra mediante otra guerra. No soy capaz de imaginar a los misiles deteniéndose a un metro del objetivo, para preguntar antes de explotar si se trata de población civil y según sea la respuesta, saltar por los aires o regresar deshaciendo el vertiginoso camino recorrido momentos antes. Y he de reconocer que mis dudas tienen que vencer al íntimo convencimiento de pertenecer a una comunidad internacional que se guía por los principios de justicia y libertad. Los mismos principios que nos llevan a realizar múltiples acciones militares en las decenas de países donde los derechos humanos son ignorados y pisoteados diariamente. Sabiendo además, que lo hacemos sin más interés que el de construir un mundo más humano, ajenos a nuestras necesidades de materias primas, a las de la industria bélica o a la oportunidad que ofrece una guerra para reactivar una economía en declive o, simplemente, para encubrirlo.

Perdonen que dude de su manera de aprovecharse del trabajo de las personas mediante la amenaza de que pueden perderlo. Y comprendo que el que arriesga su dinero tiene derecho a recuperarlo con creces. En caso contrario, habría que ser un memo para hacerlo. El que se la juega tiene que recibir su recompensa. Para los demás es suficiente con que estén en condiciones de hacer su trabajo según se les ordene. Y para eso están los jefes, que son los que saben. Para decir cuándo y cómo hay que hacer las cosas. También ellos tienen que tener una recompensa por asumir tan elevada responsabilidad. Y si se equivocan y la lían parda, pues hay que comprender que se merecen un retiro digno que les relaje y libere de tanta tensión vivida.

Perdonen que dude de su manera de defender la libertad de expresión contando mentiras o verdades a medias. Claro, que la mayoría no somos capaces de comprender las complejidades de este mundo y a lo mejor pecamos de injustos al no reconocer sus esfuerzos por hacernos comprensibles las cosas que ocurren. Seguramente no estamos preparados para entender lo enrevesados, laberínticos y alambicados que son los acontecimientos que se producen diariamente. Gracias a que existen personas desinteresadas cuyo único fin es tenernos al corriente de lo que ocurre, podemos hacernos una idea cabal de la manera en que funciona este mundo. Esfuerzo que hay que reconocer de manera singular a las legiones de tertulianos que por su gran capacidad, no sólo nos informan, sino que también rellenan con una opinión sensata nuestras huecas cabezas.

Perdonen que dude de su manera de predicar el bien, prometiéndonos un más allá libre de todo sufrimiento. Y puede que tengan razón al advertirnos de que el Paraíso sólo se puede alcanzar si renunciamos ahora a las pocas cosas que nos hacen ser modestamente, humanamente, felices. Es verdad que no estamos dispuestos a renunciar a vivir la poca vida que tenemos de la manera en la que creemos, seguro que equivocadamente, que tenemos que vivirla. Somos tan torpes que no vemos lo efímero que resultan unos pocos años en comparación con la eternidad. Seguramente por eso, los predicadores viven en la renuncia permanente y están deseosos de que les llegue la muerte cuanto antes. Son todo un ejemplo que nuestra propia ceguera es incapaz de apreciar.

Perdonen que dude de su manera de gobernar democráticamente mediante nuestra participación demoscópica. Probablemente, es mejor dejar en manos de unos pocos representantes la gestión de los deseos y necesidades de unos pocos encuestados que representan a la mayoría. Así, sin matices, sin debates, sin deliberaciones, se simplifica el gobierno de nuestras complejas sociedades. Si aquellos que están interesados en decidir sobre los asuntos que les preocupan tuvieran la oportunidad de hacerlo, no terminaríamos nunca. Sería un auténtico carajal.

Perdonen que dude de su manera de defender unos principios en los que casi todos queremos creer. Perdonen que dude de esos principios. Perdonen que dude de los que no dudan. Perdonen que esté un poco cansado de tanto dudar.

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