Me preocupan los actos de violencia política que estamos conociendo estos últimos días. Y no tanto por la violencia en sí misma, que también, como por el hecho de que esa violencia sea protagonizada por individuos aparentemente desvinculados de cualquier grupo organizado.
Jared Lee Loughner, ha asesinado en Estados Unidos a seis personas, hiriendo gravemente a otras catorce entre las que se encuentra la congresista demócrata Gabrielle Giffords.
Salvando las distancias, tres individuos todavía sin identificar, acaban de agredir gravemente al consejero de Cultura y Turismo de la Región de Murcia, Pedro Alberto Cruz, a las puertas de su casa.
Y aunque de características diferentes, los disturbios provocados por turbas de jóvenes desorganizados que al parecer han encontrado la cohesión de sus acciones a través de Internet, han provocado la huída a Arabia Saudí del hasta hace pocos días Presidente tunecino, Zine el Abidine Ben Alí.
Por el contrario, nuestra organización terrorista con mayor solera, ha anunciado esta misma semana su intención de abandonar la violencia, aunque el anuncio no haya provocado el entusiasmo de casi nadie.
Todavía es pronto para llegar a ninguna conclusión, aunque da la impresión de que al malestar social agudizado últimamente por la crisis económica, se suma ahora el descreimiento generalizado en las organizaciones de distinto pelaje en las que, supuestamente, deberían confluir el sumatorio de los intereses individuales.
Si cada vez son menos los que confían de una Iglesia que propugna la castidad mientras abusa de niños, de un Gobierno que actúa al dictado de los mercados, o de unos partidos políticos descompuestos por la corrupción, no es de extrañar que se desconfíe también de las organizaciones violentas en las que el papel de los activistas se limita a obedecer y matar, sin saber al final muy bien el por qué y el para qué.
A pesar de todo y para bien de todos, una inmensa mayoría de ciudadanos contienen su desesperanza gracias a la virtud de la paciencia, al temor de perder lo poco que tienen, a la distracción con los señuelos ofrecidos a modo de divertimento, o simplemente, a la esperanza en la llegada mítica de algún salvador que les ofrezca un futuro lleno de gracia.
Caminando ayer por la calle, me crucé con uno de esos africanos que ofrecen un paquete de pañuelos a cambio de unas monedas para sobrevivir. Y mirándole, me entretuve calculando el número de veces que tendría que hacer en un día ese mismo gesto y el beneficio económico que le supondría su esfuerzo. Comparándolo con el que me supone vivir a mí, me sorprende que en lugar de vender pañuelos, no se dedique a proporcionarnos cicuta. Aunque claro, bien pensado y como dicen muchos, a pesar de todo el africano vive mucho mejor aquí que en su propio país. Por eso se le ve tan sonriente.
Algún analista sostiene que los sucesos de Túnez se han producido por la ausencia de un sistema democrático que permita la expresión de las demandas de sus ciudadanos. Y seguramente es cierto, pero entonces tendremos que buscar otras explicaciones para comprender lo que ha ocurrido en Tucson y en Murcia, por poner sólo dos ejemplos.
A mí, desde luego, se me escapa la respuesta, aunque supongo que tendrá que ver con la mezcla explosiva, y nunca mejor dicho, del descreimiento, el individualismo y la frustración. Y si fuera así, o nos ponemos manos a la obra para encauzar colectiva y pacíficamente el descontento, o va a llegar el día en que el africano va a cambiar el paquete de pañuelos por algo mucho más amenazante.
Ah, por cierto, que también creo que éste guante sólo lo puede recoger la izquierda. Si es que todavía queda alguna.
Como la visión general de la población, veo que tus pensamientos van cargados de optimismo.
ResponderEliminarSólo un par de cosas.
Por un lado, si, como dices, lo ocurrido en Túnez es por la falta de una democracia que permita la expresión, y aquí que la tenemos ha generado la falta de la misma. ¿Cuál es la solución?
Por el otro, si la solución la tienen las izquierdas, por llamarlas de alguna manera, tienen que volver a inventarse e imaginarse nuevamente otro sistema social.
Como verás, voy, como tú, cargado de optimismo.
Me encanta el pensamiento constructivo y las aseveraciones maximalistas de que la iglesia propugna la castidad mientras abusa de niños.Flaco favor a las víctimas.
ResponderEliminarNo toda la ciudadanía está desesperanzada, yo no lo estoy y no me faltan los problemas presentes y pasados, perdón entonces por no estar a la altura del pesimismo debido.
Para un mayor conocimiento de la opinión de los españoles sobre la situación actual, recomiendo hojear el último barómetro del CIS, según el cual para el 76.5 % la situación económica es mala o muy mala y para el 73.8% la situación dentro de un año será igual o peor.
ResponderEliminarhttp://www.cis.es/cis/opencms/-Archivos/Marginales/2840_2859/2853/es2853.pdf
Es evidente que la opinión de los encuestados, creo yo que algo desesperanzada, no tiene por qué ser un fiel reflejo de la realidad objetiva. Asimismo, la minoría que se encuentra esperanzada tiene todo el derecho de estarlo y merece el respeto de los demás.
Pues yo creo que la situación económica es muy mala, obvio, y se podrían haber ahorrado la encuesta, ¿para qué sirve esa encuesta en una situación de crisis donde lo que hace falta es ahorrar?, eso es lo importante. Hablaba de esperanza, que es una actitud y de pensamiento constructivo. Creo que el 100% de la población estará de acuerdo en que todos nos vamos a morir. Para eso no hacen falta encuestas.
ResponderEliminarNo puedo evitar el pensar que parte del problema de la desesperanza generalizada , menos mal que hay excepciones , es el abrumador caudal de malas noticias al que nos vemos sometidos diariamente. También es verdad que la "crisis" golpea realmente a muchos de nosotros, pero el impacto de tanta desgracia tampoco es inocuo. ¿A quien puede interesarle que vivamos desesperanzados , con frustración y con miedo?
ResponderEliminar¿ Puede ser que el cuarto poder se nos haya ido de las manos y busque y creee monstruos para sobrevivir a costa nuestra?