domingo, 1 de mayo de 2011

Chantaje

“Con el sudor de tu frente comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste tomado. Porque polvo eres y al polvo volverás.” (Génesis 3:19). Con esta furibunda sentencia castigó Dios a Adán por haber desobedecido su prohibición de comer el fruto prohibido. Sin embargo, el árbol del pecado no era un árbol especial, al menos aparentemente. No se trataba de un tamarindo, ni de ninguna otra especie exótica. Era un simple y común manzano, cuya única virtud consistía en tener sus raíces ancladas en el centro del Paraíso. Lo que realmente debió enfurecer a Dios no fue que se comieran unas vulgares manzanas, sino que al final, su creación le saliera tan díscola. Aunque también es cierto que esas cosas pasan cuando se utilizan materiales poco refinados como el barro o las costillas.

La historia fue la que fue, pero habría que haber visto qué hubiera ocurrido si Adán no hubiera aceptado el ofrecimiento de Eva, la madre de todas las madres, esa a la que últimamente llaman Lucy. La decisión de Adán fue de lo más humana. Actuó como lo habríamos hecho cualquiera de nosotros en su lugar. Entre ceder al furioso chantaje de Dios, o a las sugerentes insinuaciones de Eva, eligió claudicar ante la criatura que diariamente se ocupaba de él, le alegraba la vista y la vida, y le daba conversación y compañía.

Hoy han coincidido dos celebraciones. El Día Internacional de los Trabajadores y el Día de la Madre. La beatificación de Juan Pablo II también, pero no tiene nada que ver con lo anterior. Supongo. Se conmemora la huelga general celebrada en Estados Unidos un día como hoy de 1886, con la que se reivindicó la jornada laboral de ocho horas, aunque ya sabemos que la cosa no acabó bien para algunos anarcosindicalistas. Y también hoy se homenajea a las descendientes de una Eva, por cuya ingenuidad se vieron obligados los trabajadores a realizar la huelga general de 1886. Y las que siguieron y las que  vendrán.

Así que este primero de mayo es un tanto extraño, sin duda. Y no sólo por la curiosa coincidencia que se ha producido, sino sobre todo, porque en estos confusos tiempos que corren tampoco sabe uno muy bien con qué quedarse. Si con la reivindicación lafarguiana del derecho a la pereza, o con las suplicantes plegarias al Creador para que no se olvide de que tenemos una condena que cumplir y nos envíe trabajo a raudales.

Porque, vamos a ver, que haya millones de personas que no son necesarias para realizar alguna de las tareas productivas requeridas hoy en día, más que ser motivo de desánimo, debería provocar alegría y alborozo. Significaría que gracias a nuestra inventiva hemos sido capaces de automatizar muchas actividades rutinarias, insalubres o peligrosas. Que nuestra capacidad de organización ha simplificado y racionalizado infinidad de procesos anteriormente redundantes y alambicados. En definitiva, que estamos en el camino correcto para que algún día podamos saldar nuestra vieja cuenta con el Creador y nos dediquemos a tocar la lira.

Sin embargo, lejos de mirar el futuro laboral que nos espera con el lógico optimismo, oteamos un gris horizonte saturado de negras tormentas que agitan los aires. En lugar de reivindicar, no ya las ocho horas de 1886, sino la abolición del trabajo, salimos hoy a la calle, cierto que poco, pidiendo humildemente unas migajas de jornada laboral.

Algo no encaja. Y es que el trabajo, más allá de que dignifique a algunos, nos da de comer a casi todos. Fenómeno que damos por hecho como si de una ley natural se tratara, olvidando que si hay alguna ley que lo explique, no es otra que la ley del más fuerte. La del chantaje.

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