sábado, 5 de febrero de 2011

Dios

Sólo escribir su nombre provoca cierta zozobra y congoja. Al menos a mí. Quizá sea porque diez años de educación entre sotanas, en esa primera etapa de la vida en que la mente y el corazón todavía no están corrompidos por el escepticismo, acaban por dejar una marca indeleble en lo más profundo de la conciencia.
Conozco creyentes que viven con un Dios festivo y amable, que les escucha y apoya incondicionalmente en los momentos difíciles, como lo haría un buen amigo. Sin embargo, el Dios que yo conocí era un padre severo dispuesto a castigar en cualquier momento con gritos atronadores, la más ingenua de las debilidades infantiles. Es verdad que también llegué a verle predicando entre jóvenes de pelo largo y guirnaldas de flores al cuello, que cantaban al son de acordes de guitarra californianos. Pero para entonces, hacía ya unos años que había decidido posponer para más adelante mis tormentosas reflexiones sobre la suprema omnipresencia.
Vano empeño, porque aunque no lo quisiera reconocer, estuve entretenido durante mucho tiempo, y quizá todavía lo esté, sacudiéndome el legado más valioso de esa herencia aceptada sin beneficio de inventario. El miedo.
Y cuando después de muchos tropezones, consigues no amedrentarte demasiado y darte un poco de aire, aparece la hija del miedo, o hijastra, no sé muy bien. La culpa.
Entonces es cuando sientes cierto vértigo, al darte cuenta de que quizá no tengas vida suficiente para desembarazarte de esa pareja celestial que, sin haberlo elegido, te viene acompañando desde la pila bautismal.
Alguien dirá que el miedo y la culpa son condiciones necesarias para la libertad, aunque yo no lo creo. Más bien, al contrario. Y si pretendemos navegar hacia la libertad, manías que tiene la gente, habría que empezar por dudar de los mapas en los que para llegar a destino, sólo hay un rumbo. La fe.
Este sábado se ha celebrado en el Ateneo de Madrid, la VII Jornada Anual de Europa Laica (http://www.laicismo.org/europa_laica). La ponencia de la profesora de Derecho Constitucional, Ana M.ª Valero, en torno a la libertad de conciencia en los menores, abordaba entre otros polémicos asuntos el de la enseñanza de la Religión en la escuela. La conclusión, después de escuchar sus finos y sofisticados argumentos jurídicos y doctrinales, es que bastaría con que existiera la voluntad política necesaria, para conseguir que nuestros hijos aprendieran el dogma de los dogmas, extramuros de la institución que pretende cultivar en ellos el antídoto del miedo. La crítica.
Aunque la verdad es que, en esta sociedad descreída, resulta cada vez más difícil inculcar y mantener los viejos dogmas. Desde luego, en lo que se refiere a los grandes proyectos políticos surgidos del siglo XIX, apenas queda ya un rastro de polvo. Y algo similar parece ocurrir, al menos en Occidente y por lo que estamos viendo últimamente, quizá también en Oriente, con esa fe milenaria capaz hasta hace no mucho tiempo, de reproducir periódicamente el sacrificio primigenio en seres de carne y hueso, como los monjes de la película de Xavier Beauvois, De dioses y hombres.
Quizá sea por esa dificultad, por lo que se está ensayando una alternativa al clásico discurso del miedo, sustituyéndolo por otro más práctico y terrenal como el de Monseñor Martínez Camino, secretario general y portavoz de la Conferencia Episcopal Española, cuando nos advierte estos días de que el matrimonio civil es más leve que un contrato de telefonía móvil. Aunque en el fondo, razón no le falta, porque según me han contado, parece que hay algunos contratos de permanencia que se prolongan más allá de la vida del cliente.
Pecaría de injusto si no reconociera la labor que muchos hombres y mujeres de fe desempeñan día a día ayudando al prójimo de diferentes maneras y en los lugares más inverosímiles. Aunque ellos son al clero lo que, a juicio de algunos, el clero es a Dios.
Y es que, igual que hay quien dice eso de que es juancarlista pero no monárquico, los hay también que se despachan con aquello de que ellos creen en Dios, pero no en los curas. Si al final va a resultar que no es tan difícil convivir en una sociedad laica y que cada uno ocupe el lugar que le corresponde. Reddite ergo quae sunt Caesaris Caesari, et quae sunt Dei Deo.

2 comentarios:

  1. Todo eso que dices es racionalmente perfecto. Sólo añadir que te has olvidado de dos aspectos racionales también.
    El primero tiene que ver con la Teología. Yo no sé si Dios existe o no y soy ignorante completa en cuestiones teológicas. Yo no recibí una educación de sotanas, infierno y castigos. No puedo decir desde luego que sea evidente la existencia de Dios, pero tampoco puedo despreciar como ilógico el razonamiento de los que creen, y creo que admitir la posible existencia de un principio último creador del universo es tan racional como el negarlo y no sólo una cuestión de fe.
    Sin entrar en teologías que desconozco, desde lo que conozco, a mí la existencia de Dios me parece una cuestión de Física. Cuando uno imagina la estructura del átomo y observa la semejanza de esta partícula con los sistemas solares, o si miras al microscopio una gota de agua y observas su parecido con una célula del cuerpo humano, es difícil negar racionalidad a la idea de que todos somos todo,pura materia, idéntica en todas partes. El pensar, a continuación, que al final de toda esa cadena de materia organizada pueda existir un principio motor del universo,es pura lógica. Y aquí, al final de la cadena de materia, hasta donde la conocemos, llegamos nosotros, los únicos seres conscientes que conocemos hasta ahora, conscientes de existir y de lo que llamamos "realidad". Y en la concepción de la realidad viene para mí el tema esencial de esta discusión. Percibimos la realidad, ¿qué es lo que percibimos? ¿toda la realidad?. Sabemos que no.Percibimos una realidad reducida y a la que ponemos nombre. Con el lenguaje hablamos y pensamos sobre la realidad percibida común. Y cuando alguien percibe realidades diferentes, de hecho, lo catalogamos de "loco", porque tiene percepciones que los demás no tenemos. Pero sabemos que nuestra percepción, la común, es limitada. Por ejemplo sabemos que cuando se alteran los filtros de nuestra percepción sensorial no podemos aprender a hablar,aunque fucionalmente nuestro cerebro esté en perfectas condiciones. Es el caso de los autistas.La pregunta que siempre me he hecho entonces es: ¿cómo podemos saber que la realidad que percibimos es "toda" la realidad?. No podemos saberlo. Tenemos una organización fisiológica que sólo nos permite percibir "una" realidad.¿Cómo estar seguros entonces de que no existen otras realidades que no podemos percibir?
    Hasta aquí los dos aspectos que habías olvidado,para mí, desde el punto de vista racional.
    Luego está lo irracional. El aspecto de la experiecia, que es del todo subjetivo. Existe "algo", una vivencia, que supongo nos ha ocurrido a algunos: la experiencia religiosa. Yo la recomiendo.Esa sensación de paz absoluta en que te fundes con el mundo.

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  2. Es cierto que cada persona percibe el mundo de una manera particular, que nuestra forma de percibir la realidad condiciona la selección de la información, pero la manera que tenemos de entender el mundo podemos modificarla. Las personas conformamos el mundo según las vivencias pasadas y las circunstancias actuales.
    Años atrás se nos mostraba a un Dios castigador, y hoy, aunque algunas cosas han cambiado...sigue mostrándose ese Dios al que hay que temer. Conozco un caso particular, una residencia de mujeres discapacitadas del opus. Por supuesto tienen separadas a las mujeres de los hombres, y las amenazan con un Dios que las castigará si se masturban o tienen relaciones sexuales.
    Cuando te refieres a que alguien percibe realidades diferentes, Blanca...¿a que tipos de realidades te refieres? quiero decir, cuando dices que llamamos "locos" a los que perciben la realidad de una manera diferente, pero...por ejemplo una persona que tiene "alucinaciones" percibe algo que sólo existe en su cerebro, no hay realidad. No se si te refieres a eso, o lo de los niños autistas, no comprendo lo que quieres decir, y parece interesante, ¿podrias aclararlo un poco mas?
    Yo he tenido experiencias religiosas, y en cambio a mi ese camino no me sirvió para sentir la paz absoluta, al contrario, me alejé del mundo y parecía vivir en una burbuja. Creo que no es necesaria una experiencia religiosa para alcanzar esa paz, aunque para algunas personas sí y lo respeto, hay otras maneras, como la ayuda y el apoyo a los demás, la lucha para mejorar la calidad de vida de muchas personas que están en riesgo de exclusión social o ya lo están, ser responsables con nuestro entorno, haciendo el amor(esto último es una de los caminos que a mi mas me gustan para llegar al nirvana, y no es broma, es cuando mas conecto con mi interior, cuando mas me siento, es pura esencia) etc, etc...Siento muchas inquietudes por la realidad palpable de cómo está este mundo, que no creo pudiese alcanzar esa paz absoluta y fundirme con el mundo, si el mundo está patas arriba. Puedo sentir momentos de felicidad, pequeños instantes de calma, de placer, sino fuese así la tristeza que me produce la realidad de muchas personas...me hundiría.
    Según Maslow, psicólogo de la corriente humanista, hace una escala de necesidades. Primero las necesidades fisiológicas, después las de seguridad, las sociales, las de estima y las de autorrealización. Si no tienes cubiertas las necesidades básicas, no llegas a desarrollarte como persona, en este caso la realidad omnipresente no es precisamente la de Dios o dioses, es la del hambre que está por todas partes.
    Pienso que creer en la existencia de Dios es cuestión de fe, porque la realidad es algo sustancial, verdadero, aunque luego cada uno la percibamos de distintas maneras.
    Me ha gustado mucho todo tu planteamiento Blanca, encantada de saludarte.

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